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12 mayo, 2017
Como se ha señalado en anteriores Posts, en el Antiguo Testamento Dios da a su Pueblo, por medio de Moisés, los Diez Mandamientos, que son el resumen de la Ley moral.
Hoy parece haber girado todo: las calles, anuncios, revistas, periódicos, cines se han inundado de sexo y, por contrapartida, apenas se oye hablar del tema en las iglesias. Falta siempre el sano equilibrio.
Por un lado, la gente parece pensar que se trata de un mandamiento caducado y te repite que Dios no tiene que meterse con las cosas que uno pueda hacer con su propio cuerpo. Y por otro lado, a los creyentes nos ha entrado un verdadero pánico ante la idea de que alguien nos llame “beatos”, mojigatos o ingenuos si tratamos de vivir la pureza, como Dios manda. Y entonces preferimos hacer lo que hacen todos porque si no, se burlan de nosotros y nos excluyen de sus compañías.
Antes, la sexualidad se veía como unida a lo religioso. Y hoy se ha secularizado hasta el punto que algunos creen que nada de eso es pecado; que todo es normal. Algunos dicen: Es mi cuerpo y hago con él lo que se me antoja.
La corriente empuja a que practiques el sexo porque si no, estás fuera del concierto. Sexo concebido como pura satisfacción del instinto, sin que cuente gran cosa el verdadero amor y mucho menos la conciencia.
Hay más: hoy se van perdiendo los valores relacionados con el sexo, disminuye el valor y la estima del matrimonio, pierden estabilidad las uniones entre parejas; nos quieren ahora imponer un tipo de matrimonio distinto al que Dios quiso y al que Cristo bendijo allá en Caná y llenó a esa pareja de alegría y de abundante y sabroso vino. Algunos Estados quieren legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Decrece espectacularmente la natalidad.
¿Qué hacer ante todo esto?
Escucha lo que hizo un papá de familia en un colegio.
Vivimos una época de verdadera inflación sexual. Llama la atención la cantidad de libros, artículos, revistas, emisiones radiofónicas, programas de televisión, etc.., que se dedican al tema. Es desproporcionado. Si todo el mundo supiera sobre el resto del organismo humano lo que conoce sobre el aparato sexual, serían por lo menos expertos en medicina.
Un padre acudió al colegio de su hija para protestar de la cantidad de “educación” sexual que impartía cierto profesor. Tuvo una entrevista con este caballero, el cual llegó a afirmar incluso la importancia de la sexualidad en la transmisión de la fe cristiana. Casualmente había en la clase donde fue la entrevista una pizarra con prolijas ilustraciones del aparato sexual. Al final de la conversación, el padre de familia reaccionó del siguiente modo:
– Aceptaré todas sus razones, si usted me sabe responder a una pregunta.
– ¿Cuál? -dijo el profesor.
– ¿Es usted capaz de explicarme, con el mismo detalle que lo hace en el dibujo de la pizarra, el aparato auditivo?
La cara de perplejidad del profesor no puede ser descrita. Ante su respuesta negativa -como era de esperar-, el padre de familia se afirmó en su posición, y tuvo todavía un rasgo de humor. Le dijo que también el oído era importante en la transmisión de la fe cristiana, porque san Pablo hablaba de Fides ex auditu (la fe entra por el oído)
¡Buen ejemplo le dio este papá de familia!
Lo que te expondré aquí, no son “mis” ideas en el campo de la vida sexual, sino simplemente la enseñanza de Cristo y de la Iglesia. Enseñanza que ratifico con todo mi corazón, con la firme convicción de que es capaz de iluminarte y fortalecerte.
Y ya desde ahora te digo con toda confianza: ¡Tú puedes ser puro!
La sexualidad no es, sin duda, la dimensión más importante de tu vida, pero constituye ciertamente un campo neurálgico, un terreno delicado en el que afluyen interrogantes importantes. Por eso, quiero ayudarte a comprender esta materia, pues no siempre los jóvenes han sido evangelizados en este campo…
A Jesucristo también le interesa este tema. Cristo nos remite al momento de la Creación del hombre y la mujer por parte de Dios, pues ahí está toda la dignidad del hombre y de la mujer, su complementariedad y su ayuda mutua.
¿Cuál no será la dignidad del cuerpo, que el mismo Hijo de Dios tomó cuerpo humano del seno de la Virgen María? Él se hizo hombre para decirnos cómo vivir también la dimensión de nuestra corporalidad.
La Biblia no separa el amor humano y el amor divino, no contrapone el amor de eros y el amor de ágape. Basta leer el Cantar de los Cantares para corroborar esto que estoy diciendo, donde Dios nos describe lo que es el amor en todos los aspectos. El amor sabe integrar todos los elementos: afectivo y sentimental, amistoso y personal, espiritual y sexual, formando un precioso equilibrio humano y un verdadero encuentro personal entre dos seres, esposo y esposa. ¡Encuentro entre dos personas, y no sólo entre dos cuerpos!
La Biblia, pues, no esconde este elemento maravilloso de la sexualidad. Más bien lo ennoblece y lo coloca en su justa dimensión: dentro del matrimonio tiene su profunda verdad, su encauzamiento, su finalidad y su realización. Fuera del matrimonio es un abuso y sólo es fuente de placer.
Recuerda bien: el placer no es el fin del sexo. El fin del sexo es la unión mutua y la procreación dentro del matrimonio. El placer es consecuencia de esto, y no el fin, y lo quiere Dios para el bien y alegría de esos esposos…
¿Quién mejor que Dios sabe lo que es nuestro cuerpo y la sexualidad? Él inventó nuestro cuerpo. Él lo hizo con sus propias manos, de materia y de luz…Con su propio cuerpo –puesto que vino a vivir a nuestra tierra- lo rehizo para siempre y en el amor. ¿Cómo no iba a tener sobre nuestro cuerpo ningún derecho de autor? De autor y de salvador.
Por eso, siempre hay que preguntar a Dios cómo comportarnos con nuestro cuerpo y con nuestra sexualidad, pues Él lo ha creado, la ha creado. ¿Y quién mejor que Él sabe lo que quiere decir amar? ¿Él, cuyo único oficio es ése, amar?
Ver la sexualidad en la luz de Sus ojos, en Él, es verla cara a cara, tal y como es. Cualquier otra mirada es miope. Cualquier otro enfoque deforma la realidad. “Es obsceno lo que se detiene a mitad de camino del misterio. El erotismo es un alto en el trayecto”.
El mayor favor que se puede hace a la sexualidad, dirá Jean Guitton, filósofo francés, es exponerla a la luz, y no a una luz tenue y difusa, sino a plena luz. Cuando se la haya mirado cara a cara, habrá que sobrepasarla, después de haber ahondado en ella, para alcanzar el misterio más íntimo de la sexualidad, que es un misterio oculto en la Trinidad misma”.
Mientras no mires la sexualidad con una óptica eterna, no podrá ser más que una práctica pasional. Es decir, pasajera y vacía, y no mensajera de vida. Proyectar la sexualidad a plena luz es restituirla a esa aurora donde ha nacido, pues ha nacido del corazón de Dios!…
Te invito a que contemples así todo lo relacionado con la sexualidad: con los ojos de Dios, pues Él la puso en cada uno de nosotros como un don. Ama tu cuerpo. No lo desprecies ni lo profanes. Ese tu cuerpo te ha sido confiado como inseparable compañero de camino. Cuídalo, respétalo.
Ojalá pudieras decir con san Gregorio Nacianceno, un obispo del siglo IV: Quiero a mi cuerpo como a un compañero de cautiverio. Lo respeto como a un coheredero, pues hemos heredado luz y fuego. Compañero de fatigas del que cuido; lo quiero como a un hermano por respeto a Aquel que nos ha reunido.
¡Qué maravilloso es nuestro cuerpo! Lo más fantástico, lo más increíble, lo más inconcebible es que, mediante ese cuerpo, puedes hacer existir a alguien, a una persona que no ha existido todavía, y que existirá siempre, siempre…Y además hacerlo en un acto en el que se expresa y se entrega tu corazón, en el que tu cuerpo es el lugar de encuentro del amor y de la vida. ¿Cómo no dar gracias a Dios por esto?
Nada hay tan hermoso, tan grande, tan conmovedor como la eclosión de una vida. Misterio que nos fascina, nos desconcierta, no nos cabe en la cabeza, nos deja estupefactos, nos maravilla. Sólo Dios podía inventarlo. ¿Cómo no lo vas a cuidar con respeto y usarlo para lo que Dios quiso?
Cuídalo. No lo fuerces. No lo violentes. Acéptalo tal y como se te ha confiado.
El amor total es amar con alma y cuerpo. Tu cuerpo tiene que ser, pues, vehículo de tu alma para expresar el amor, la ternura, la entrega total.
2° La distinción fundamental de los dos sexos se ordena al mutuo amor y, a través de él, a la prolongación de la vida, es decir, la multiplicación de los seres de la especie. Por tanto, los dones de Dios tienen su finalidad. La sexualidad tiene como fin intrínseco el amor como donación y acogida, dentro del matrimonio uno e indisoluble. Es un bien que consiste en la capacidad de cooperar con el amor de Dios para la venida al ser de una nueva persona humana, el hijo. El hijo debe ser el fruto de ese amor entre esposo y esposa, y no el descuido en esa relación. Así pues el sexo tiene dos fines concretos: unitivo y procreativo, es decir, unirse y crecer en el amor en la pareja, y ser fecundos, es decir, tener hijos, frutos de ese amor dentro del matrimonio estable y ratificado por un serio compromiso, como es el casamiento civil y religioso.
3° En esta relación íntima de la pareja casada hay que saber integrar todas las dimensiones del amor; la afectiva y sentimental, la personal y amistosa, la espiritual y la sexual. Sólo así la sexualidad viene ennoblecida, de lo contrario, viene rebajada. ¡Que hermoso, pues, es vivir así! De esta manera esa relación íntima es fuente de gozo y de santificación personal., porque cuenta con la gracia de Cristo, regalada el día de su boda.
4º Dios en la Biblia ha expresado el amor por todos nosotros, por su pueblo, en términos de la unión conyugal entre el esposo y la esposa: “Te desposaré a mí, para siempre; te desposaré en justicia y derecho, en ternura y misericordia; te desposaré en fidelidad, y conocerás a Yahwéh” (Oseas 2, 21-22).
También san Pablo ha comprendido del mismo modo el amor de Cristo con su Iglesia: “Varones, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, para mostrar ante sí mismo a la Iglesia resplandeciente, sin mancha, arruga o cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada” (Efesios 5, 25-27).
Cristo ha amado y ama a la Iglesia como a una persona, como un hombre puede amar a una mujer. Se ha entregado por ella sobre la cruz y, a través de la historia, la purifica y la santifica con el agua del bautismo. Se ha entregado a la Iglesia en cuerpo y alma, con amor eterno, en la cruz. Y esta alianza de Cristo y la Iglesia, indisolublemente fiel, es además fecunda, fuente de vida, pues nuevos hijos por el bautismo son incorporados a la Iglesia, a la que podemos llamar en verdad nuestra santa Madre Iglesia.
5° Aunque la sexualidad es en sí buena, querida por Dios, ha quedado profundamente perturbada por el pecado, estableciéndose dentro del hombre una especie de guerra intestina: la razón, por una parte, señala los límites, y la pasión, por otra, ofusca la mente para que salte la barrera del orden natural, violando las leyes del Creador. Por eso, necesitamos una virtud que regule y modere este fuerte tironeo: la pureza…
La pureza, hija de la templanza, es la virtud que asegura el dominio del alma sobre los placeres carnales.
Te he hablado de pureza. Quiero distinguir bien estas dos palabras: virginidad y castidad o pureza.
Virginidad es la decisión que incluye el propósito de abstenerse total y perpetuamente de los placeres provenientes de la actividad sexual, aun de los que son legítimos y santos en el matrimonio, por amor a Dios, sin otro fin que consagrarse a Él de una manera especial y total. Sólo así la virginidad se transforma en virginidad consagrada.
La virginidad es distinta a la castidad o pureza. La castidad es la virtud que regula el buen uso del sexo. No excluye, por cierto, las relaciones sexuales dentro del matrimonio, sino solamente las faltas que pueden cometerse con ocasión de ellas.
Mientras la virginidad no es para todos, sino para quienes sientan interiormente el llamado de Dios a una consagración total, la pureza o castidad, por el contrario, es una virtud para todos!…
Para los casados la pureza significa fidelidad y entrega del corazón y de todo el ser a una única persona y a Dios en ella. Para los solteros significa abstinencia temporal del uso del sexo y encauzamiento de esas tendencias, hasta el matrimonio, donde la sexualidad tiene su sentido hondo, profundo y religioso; sólo así se preparan para vivir en plenitud y absoluta donación el estado matrimonial. Para los consagrados significa abstención total y perpetua, a fin de dedicarse por completo a Dios en cuerpo y alma, sublimando esta tendencia por un bien supremo: Dios. A esta abstención total, completa y perpetua, por amor a Dios, la llamamos virginidad.
Para vivir esto Dios concede a los sacerdotes, religiosos y religiosas una gracia especial para mantenerse fieles y felices en la entrega a Él en castidad perpetua y por amor. Sólo el amor a Dios motiva la entrega en castidad de todos los sacerdotes y religiosos. No es miedo al matrimonio. Ni mucho menos menosprecio a la carne. La carne del hombre está permeada de espíritu y está llamada a realizar una relación esponsal y personal. Ni Cristo despreció la carne ni la Iglesia. Ya te lo expliqué más arriba.
La castidad no es sólo mera represión de las pasiones. Su fin es bien positivo: sanar al hombre de las heridas dejadas por el desorden del pecado, y orientarlo hacia su verdadero fin, es decir, alcanzar la felicidad en Dios. “Por consiguiente es falsa la opinión, según la cual la virtud de la castidad tiene un carácter negativo. El hecho de estar ligada a la virtud de la templanza ciertamente no le da ese carácter. Al contrario, la moderación de los estados y de los actos inspirados por los valores sexuales sirve positivamente a los de la persona y del amor. Únicamente un hombre y una mujer castos son capaces de experimentar un verdadero amor”.
Un último consejo: fíate de la Iglesia!…
A cada avión se le atribuye un pasillo de vuelo preciso, dentro del cual puede volar libremente sin amenaza constante de colisión. Pues bien, la torre de control que te guía y te da las coordenadas de seguridad es la Iglesia. Ella sabe lo que es la vida. Por la experiencia.
Dos mil años y pico de experiencia sobre el hombre, ¿no es acaso suficiente para ser fiable? Y sobre todo ella sabe lo que piensa Dios, de quien viene toda vida y todo amor. ¡Ella ve al hombre con los ojos de Él! Por eso siempre la Iglesia está por el amor, por la libertad, por la verdad, por la vida, por el cuerpo. Por lo que dura siempre. Por lo que tiene la claridad del día.
Fuera de la Iglesia, se está fácilmente contra: se contra-dice la Palabra de Dios (herejías, manipulaciones). Se contra-hacen sus obras maestras (maltrato y abuso de la naturaleza). Se contra-ponen a su plan de amor (rebeldías y desobediencias). La contra-cepción es contra-vención que penaliza la vida. Se contraría al que se conserva virgen hasta el matrimonio. El aborto es una contra-ofensiva de la muerte contra la vida.
La Iglesia se está convirtiendo en el único lugar en el que la vida será protegida incondicionalmente. Donde nunca se dará la muerte. ¿Es que pronto los hospitales, clínicas y maternidades católicas serán los únicos lugares en que podamos estar seguros de que toda la prodigiosa técnica médica se pondrá exclusivamente al servicio de la vida?
La Iglesia te invita siempre a vivir la pureza, virtud hermosa de Cristo y de María.
Mira a Cristo, siempre puro. ¡Cómo se comportó con las mujeres! Con que respeto, pudor y recato. Trató con ellas con espontaneidad, pero no con chabacanería o vulgaridad. Habló con ellas, pero con comedimiento y sin segundas intenciones. Se dejó acompañar y servir por ellas, pero las puso en su lugar, valorando los detalles de delicadeza de esas mujeres y agradeciéndoles sus servicios.
Mira a María, ejemplo perfecto de pureza y virginidad. ¡Qué encanto emanaba de su persona! ¡Qué fragancia al oírla hablar o al contemplarla en la oración! Su trato con José fue siempre respetuoso y limpio.
Por eso, atrévete a vivir la pureza, como Dios quiere. Vive la pureza como una expresión de amor a tu futuro cónyuge con el que compartirás tu vida y tus hijos, como regalos de Dios. Ya sabes los medios que tienes para vivir esta hermosa virtud.
Unos son medios sobrenaturales: oración diaria, confesión frecuente, comunión fervorosa, devoción tierna a la Virgen, el sacrificio amoroso, dirección espiritual con algún amigo sacerdote.
Y otros son medios naturales: descanso a través del deporte, paseos; tener un horario equilibrado de trabajo y de descanso; seleccionar los espectáculos a los que quieres asistir, la televisión que quieres ver; seleccionar bien tus amistades y compañías; buscar la vida familiar, dedicarle a ella lo mejor de tu tiempo y lo mejor de ti mismo.
Atrévete a ser puro, y verás qué paz tendrá tu corazón. Es verdad que la pureza no es la primera de las virtudes que debes conseguir. Antes están la fe y la caridad. Pero la pureza constituye algo así como el clima necesario para que esas dos virtudes, y con ella todas las demás, se desarrollen convenientemente. Y sobre todo, la pureza es camino a la unión con Dios.
Frente al mal, neutralidad es sinónimo de complicidad. La Iglesia prefiere pasar hoy por retrógrada, por reaccionaria, antes de ser acusada mañana de complicidad con los culpables del autogenocidio contemporáneo; ante la esclavitud de la mujer en el imperio romano, la Iglesia se alzó fieramente. Y hoy, se alza nuevamente contra todos aquellos que banalizan la sexualidad, la explotan y se ríen de ella.
¿Comprendes ahora por qué la Iglesia puede parecer tajante a veces en su toma de posición, sin compromisos? Y es que en cosas tan graves como las manipulaciones genéticas o las perversiones del amor, se juega la supervivencia misma de la especie humana. En el inmenso naufragio de todos los valores hace falta esa roca de diamante, ese pedestal de existencia al que amarrar con toda seguridad nuestras embarcaciones, que hacen agua por todas partes y se dejan arrastrar por la corriente, a la deriva.
Cada vez más no creyentes son atraídos hacia la Iglesia católica, simplemente por sus certidumbres absolutas, incondicionales, al hablar de cuerpo, amor y vida, y de los atentados contra todo esto.
Sí, existen atentados contra este mandamiento de Dios. Mucho más hoy, por todos los incentivos del ambiente, en muchas partes, pagano.
¿Cuáles son esos atentados? Apunta bien. Te los explico para que te queden más claros.
1. Impureza de pensamiento, palabras, miradas y acciones. Todo esto se da en ti, lo quieres tú, lo provocas tú, lo buscas tú, lo cultivas tú…Pero si tuvieras el corazón limpio, no harías caso a toda esta basura que no te ayuda para nada; al contrario, te ensucia. Ten pensamientos nobles y limpios. Respira aire puro. Mira las alturas de las montañas nevadas y hermosas. Mira los hermosos amaneceres o atardeceres, los ríos y mares, los bosques y jardines.
2. Pornografía en libros, revistas, cine, espectáculos, internet y diversiones deshonestas. También está en ti el detener esta avalancha de suciedad. Eres tú quien toma esa revista y la hojea; eres tú quien va a ese cine y se sienta en la butaca para ver esa película indigna; eres tú quien abre la Internet; eres tú quien enciende la televisión; eres tú quien va a esa diversión deshonesta. Sé valiente y no permitas esa tentación. En la pornografía, el cuerpo humano es exhibido como simple objeto de concupiscencia con vistas a satisfacciones egoístas e inmediatas que son lo contrario del amor. Se excluye el espíritu. Comprar o leer este género de publicaciones, ver este género de películas, aunque no fuera más que ocasionalmente, sería hacerse cómplice de una empresa satánica de degradación de la sexualidad.
3. Permitir ocasiones próximas de pecado. ¿Por qué te metes en la boca del lobo? ¿No sabes que te va a morder?
Si bien es verdad que frecuentemente se dice que hay muchas formas de vivir y ejercer la sexualidad, conforme a la diversidad de las culturas y se las presenta como indiferentes desde el punto de vista moral, es preciso afirmar que todo uso mentiroso y falseado del lenguaje sexual es moralmente desordenado.
Hay formas regresivas y degeneradoras de vivir y ejercer la sexualidad que por falsear su verdad, han de ser calificadas como inmorales, precisamente porque niegan y rechazan valores y bienes fundamentales de la sexualidad integrada en toda la persona, e impiden, consiguientemente, llevar a plenitud lo humano del mismo hombre.
No puedes reducir el amor a la satisfacción individual, ni puedes considerar el placer como un valor por sí mismo. Tan alto es el significado esponsal de la sexualidad que toda actuación de la facultad genital fuera del matrimonio constituye un desorden moral. No te dignifica como persona. Al contrario, te degrada, te rebaja. Te ofendes a ti mismo, además de ofender a Dios.
¿Qué otros comportamientos concretos son inmorales?
Este caso, disociada de la verdad cristiana del amor y de las exigencias que brotan de él. Tomas del otro la ocasión que te da el disfrutar momentáneamente de él y de ti, pero no te das a él, en cuerpo y alma, en un compromiso radical de tu libertad.
Aquí entraría el convivir sin la intención de contraer matrimonio y el matrimonio a prueba.
En la cohabitación, sin intención de matrimonio, cada uno encuentra en el otro un desaguadero a su necesidad de amar y de ser amado, un remedio a la soledad y una fuente de placer. Pero, ¿hay una verdadera donación mutua de las personas? ¿No está acaso minada ésta, desde el principio, por la reserva implícita o explícita, que acompaña a toda unión “suelta”: “si no nos entendemos, nos separamos o permaneceremos juntos mientras dure nuestro amor”?
Y el matrimonio a prueba contradice aún más claramente el respeto debido a la persona. Se puede probar una máquina, no un ser humano!…
Le preguntaban al escritor francés Thibon qué pensaba sobre el llamado “Matrimonio a prueba”, ése que se “contrae” para evitar luego los fracasos.
Contestó: “El hecho de probar un ser humano como se prueba un coche o un aparato electrodoméstico o, mejor aún, como se contrata -temporalmente y bajo condición de satisfacción recíproca- a una cocinera o a un contable, bastaría para destruir todo lo que de único y sagrado hay en la intimidad de un matrimonio. La idea de que, después de todo, no se trata más que de una experiencia a la que se puede poner fin cuando se quiera, se introduce ya como un germen de ruptura en la unión. ¿En qué se convierten, en esa geometría plana de la sexualidad, la profundidad, el misterio, la maravilla del amor? ¿Dónde queda ese sentimiento de donación gratuita e irreversible que liga para siempre dos destinos? Sin hablar del lado cómico de la situación. Imaginad a un chico diciendo a una chica: Querida, ¿cuántas veces has sido ya probada sin ser aceptada?”.
Poco después, añadía a las razones anteriores un nuevo modo de contemplar este problema: “¿Al cabo de cuánto tiempo se puede estimar que la experiencia es concluyente? Hay coches que se portan maravillosamente al probarlos y cuyos defectos sólo se revelan después de miles de kilómetros. Numerosos matrimonios marchan también de forma excelente al principio, y después se deterioran con los años a causa de la evolución divergente (e imprevisible) de los cuerpos, de los caracteres, de los gustos, etc. Desde este punto de vista, lo lógico sería sustituir la institución del matrimonio por una serie de pruebas siempre revocables”.
1.) El adulterio, o infidelidad conyugal. Cuando un hombre o una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Y el adulterio es una injusticia, lesiona el vínculo matrimonial sagrado, quebranta las promesas formuladas por la pareja ante Dios y los hombres, compromete el bien de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres.
Hay que luchar por la fidelidad en el matrimonio. Te cuento este testimonio que se atribuye al pianista y compositor Isaac Albéniz. Nos muestra cómo se ha de guardar el corazón para impedir la infidelidad, cueste lo que cueste.
Se encontraba en París cuando envió a su mujer, que se hallaba en España, el siguiente telegrama: “Ven pronto, estoy gravísimo”.
Cuando la esposa llegó a toda prisa a la capital de Francia, encontró al marido en la estación esperándola, y parecía a primera vista rebosar salud por todos los poros. Un tanto indignada, preguntó;
– Pero,…¿no estabas enfermo?
– Sí -contestó el músico-, gravísimo. Estaba empezando a enamorarme.
¡Hermoso ejemplo!
2.) La poligamia, es decir, el tener muchas esposas, es una ofensa gravísima contra este mandamiento y contra la unidad del Matrimonio. Nos dice el Catecismo de la Iglesia católica: “Es comprensible el drama del que, deseoso de convertirse al Evangelio, se ve obligado a repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido años de vida conyugal. Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley moral, pues contradice radicalmente la comunión conyugal. La poligamia niega directamente el designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo. El cristiano que había sido polígamo está gravemente obligado en justicia a cumplir los deberes contraídos respecto a sus antiguas mujeres y sus hijos” (número 2387).
3.) La clonación: La clonación humana significa –nos dice el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia en el número 236 que reproduzco al pie de la letra- “reproducción de una entidad biológica genéticamente idéntica a la originante. La clonación propiamente dicha es contraria a la dignidad de la procreación humana porque se realiza en ausencia total del acto de amor personal entre los esposos, tratándose de una reproducción agámica y asexual.
Hoy se quiere separar sexualidad y reproducción, cosa que no se debe, pues hay un nexo íntimo entre ambas realidades, querido por el mismo Dios.
Los graves problemas morales nunca se pueden solucionar por medio de la técnica o de la química; los problemas morales sólo se solucionan moralmente, es decir, cambiando el modo de vida». (Fuente: Catolic.net)